Cuando el arte intentó cambiar nuestra forma de vestir

A mediados del siglo XIX comenzaron a surgir varias corrientes artísticas que defendían una moda femenina más fluida y cómoda, ajena a la tiranía del corsé.
La industria lleva desde hace 150 años obsesionada por la búsqueda de lo natural, sencillo y práctico. Más que de moda, se podría hablar en términos más apropiados de la anti-moda. De aquellas corrientes reformistas que se levantaron en contra de lo que se vestía a pie de calle. La misma que dictaba Charles Worth desde su imperio de la Alta Costura, comprimiendo la figura de la mujer en un amasijo de lazos e hierros. 
El corsé creó la silueta idónea a la que tenía que adaptarse el cuerpo femenino desde edad temprana, una estética que acarreaba grandes problemas para la salud.

Por este motivo, se creó hacia finales del siglo XIX la National Health Society,

una organización que promovía un tipo de vestido más saludable e ‘higiénico’ en la línea de los revolucionarios pantalones de mujer que defendía Amelia Bloomer en Estados Unidos. 


- Ofelia y el nuevo canon de belleza. 

Flotando en el agua, con la mirada perdida y la larga cabellera pelirroja enmarcando su cadáver. Pocas pinturas persisten en la memoria colectiva de forma tan clara como la que retrató el pintor inglés John Everett Millais. Aquella mujer que se puso en la piel de Ofelia, la heroína de Hamlet, daría alas al arte para soñar con la estética prerrafaelita.

La pintora Elizabeth Siddal fue uno de los rostros más conocidos del grupo artístico que se creó en Londres por los artistas Dante Gabriel Rossetti, William Holman Hunt y el propio Millais. El ideal de la Hermandad Prerrafaelita se podría resumir en un rechazo a la pintura academicista de la época y del arte manierista y poco natural posterior al renacentista Rafael (de ahí el nombre del grupo).

Su manera de ver el mundo supuso un soplo de aire fresco en todos los aspectos. Comenzando por la temática de los cuadros, que podía ir desde las leyendas del rey Arturo a los poemas de John Keats. Y en este aspecto, pusieron patas arriba la representación de la mujer: la mentalidad puritana de aquel momento victoriano chocó con sus ‘mujeres caídas’ y la forma en que estas eran retratadas. Mientras una mujer solo llevaba el pelo suelto en la intimidad de su hogar, la hermandad las inmortalizó con el pelo al aire y suelto. Lo demuestra bien la fotografía de su coetánea Julia Margaret Cameron.
Además, escribieron las reglas de su propio canon de belleza con mujeres que iban en contra de los propios estándares decimonónicos: Lizzie Siddal era espigada, con la cabellera pelirroja y muy blanca de piel, un ideal poco agraciado para la época.
Jane Morris, otra de las figuras más representativas, tenía los rasgos muy marcados, con una poderosa mandíbula, cejas muy pobladas y una larga y encrespada melena que caía en cascada como lava negra.



En esa propia representación, la forma de vestir a las protagonistas de sus cuadros resonaría con eco en los movimientos artísticos posteriores. Porque el vestido prerrafaelita se desvinculó de la moda del momento. Sin pretensiones reformistas, sus características formales se alineaban con esa búsqueda de la naturaleza: diseños que en vez de constreñir, abrazaban la cintura con siluetas liberadas y fluidas, rechazando el corsé. Frente a las mangas estrechas y de hombro bajo de la vestimenta habitual, la del vestido prerrafaelita tenía una manga amplia, que permitía, como el resto de la prenda, la libertad de movimiento. "Ningún vestido puede ser bonito si es rígido. Por eso debe tener drapeados", decía William Morris, uno de los máximos pensadores y artistas de la época. - Aglaia y el vestido estético. La hermandad se disolvería a los pocos años, pero sirvió de caldo de cultivo para una nueva forma de concebir el arte que tomaría varios de los preceptos de los prerrafaelitas. El movimiento Estético y las Arts & Crafts(con William Morris al frente) beberían de ese regreso a la artesanía, al medievalismo y a la búsqueda constante de la belleza.
Por este motivo, el vestido se entiende en este momento como otra disciplina artística posible de mejorar. En su tesis doctoral, Heinrich comenta que identificar influencias directas del vestido prerrafaelita en el amplio movimiento Estético resulta complicado. Sin embargo, existen reminiscencias como esa búsqueda de la simplicidad, con inspiraciones historicistas y cierta preferencia por los tintes naturales de aspecto "desgastado y antiguo" como los dorados o los marrones. En líneas formales, como el resto de artes del movimiento estético, suponía una mezcla de lo medieval, lo oriental y las influencias clásicas, con toques como los pliegues Watteau del siglo XVIII, pero sin ser una réplica completa de modelos del pasado. Hacia la década de los 70 era muy común que el vestido estético incorporase  arte Needlework, un tipo de bordado que rescató William Morris de siglos anteriores.
Sus propuestas reformistas en realidad calaron exclusivamente en un círculo muy íntimo vinculado a la élite artística: eran vestidos estéticos promovidos por artistas y llevados por las mujeres vinculadas al mismo. Gracias a su posición como un punto de encuentro para los pintores que se salían de la tónica academicista, la galería de arte Grosvenor Gallery de Londres se convirtió en una especie de sede donde se podían apreciar este tipo de vestidos.



La propia mujer de su fundador, Alice Comyns-Carr, fue una diseñadora de vestuario asociada al movimiento estético cuyos vestidos (algunos) son conocidos. El más célebre es el diseño que creó para Ellen Terry en el papel de Lady Macbeth (un retrato de John Singer Sargent que emula, por cierto, la madre de Mérida en Indomable, la película de Disney).





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